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El monje Djishin se acercó al maestro Banzen, preocupado.

La plataforma de búsqueda que escribí es actualmente incapaz de manejar las tareas asignadas a mí,” dijo el monje. “Pero aún creo que tiene una gran virtud. ¿Me permitirías desarrollarlo más para que esos obstáculos puedan ser superados?”

“¿Cual es la gran virtud de tu plataforma?” preguntó Banzen distraidamente mientras miraba por la ventana.

El monje respondió, “¡Si el Value Object de una tabla de la base de datos es anotada apropiadamente, un form de búsqueda entero para esa tabla puede ser creado con poco o nada de código!”

“Es cierto que la autoría del código es una carga del templo,” dijo Banzen, sus ojos siguieron a un pinzón de cabeza negra mientras volaba adelante y atrás. “Si no estuviésemos tan ocupados escribiendo código, tendríamos mucho más tiempo... para escribir código.”

“El código que eliminaría es sólo del tipo tedioso,” dijo Djishin. “Considera ese pinzón: ¡Qué tan alto volaría si no tuviera que cazar insectos en el barro!”

El maestro se dio vuelta y miró al monje.

“Tu plataforma es apta sólo para problemas simples. Falla cuando se le presenta la menor de las complejidades—aquellas en las que una implementación tradicional podría superar fácilmente. ¿Cómo remediarás esto?”

“Dándole a mi plataforma muchas opciones de configuración y la posibilidad de personalización,” dijo al monje.

“Ve entonces,” dijo Banzen bruscamente, despidiendo al monje con un saludo.

Después que el monje se fuera, Banzen invocó a la monja Satou. Se acercó nerviosamente al escritorio del maestro, alejándose del jarrón encima.

“Cuando el monje vuelva a su cubículo,” dijo Banzen, “Encadénele sus pies al escritorio y déjelo allí por un día. Si mañana se queja, libere sus pies y encadénele sus manos al escritorio, diciéndole que ahora puede correr tan rápido como pueda.”