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Caso 111

Laberinto

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Sobre como la maestra Suku recibió su nombre, esto puede contarse:

Hace muchos años, cuando Suku aún era una aprendiz en el Templo, fue asignada para revisar el código de un monje en su clan. Deseando impresionar a los maestros en audiencia, la aprendiz no tuvo misericordia en sus críticas al monje. La principal entre sus quejas fue la inelegancia de su solución y su estructura enormemente compleja.

Después de que la reunión acabara, el maestro Banzen—que era dos décadas mayor que ella—la siguió fuera del cuarto de reuniones y por las escaleras de piedra. Al fondo dijo, “¡Monja! ¿Conoces el camino hacia la Abadía de los Huesos de Hierro?”

Suku señaló. “Derecho atrevesando el patio.”

Banzen dijo, “Camínalo, entonces.”

Apenas Suku dio tres pasos cuando el maestro le golpeó en su costado izquierdo con una paleta grande de arroz, thwock! mandándola tambaleante hacia un ciruelo. Aunque sorprendida, la aprendiz sabía que era mejor no preguntar o quejarse. En vez se limpió el polvo y continuó hacia la abadía, sólo para encontrar a dos jardineros bloqueando el camino. Ella pasó a sus costados y thwock! la paleta vino sobre su cabeza. Ahora mareada, se salpicó en un estanque de kois, se tropezó con un santuario, y luego con la raíz de un árbol, y thwock! ahora su costado derecho conoce la paleta de Banzen y se encontró tumbada entre las peonías.

Finalmente la monja lastimada y jadeante llegó a las escaleras de la Abadía de los Huesos de Hierro, con Banzen en sus talones.

“Derecho atrevesando el patio,” repitió Banzen. “Diseño.”

El maestro tomó a Suku amablemente de los hombros y la dio vuelta para ver el camino retorcido que caminó en el polvo. “Implementación,” dijo Banzen.

Mientras la aprendiz lo consideraba, Banzen le dio la paleta y dijo, “El Mundo.”