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Hasta en sus mejores días el humor del monje Wangohan rivalizaría con el vinagre viejo, pero el largo y deprimente invierno lo había amargado aún más. Muchos eran objeto de su desdén, pero nadie con mayor razón que el monje Landhwa: “Su pereza no es secreto,” se quejó Wangohan a un pobre aprendiz en la hora de comida (quien entendió demasiado tarde por qué los asientos junto a Wangohan siempre estaban vacíos), “sin embargo no recibe ninguna corrección de sus maestros. Él presenta la ilusión de ser laborioso pero en verdad sólo escribe código de sus propios proyectos personales. Le pedí implementar una docena de DAOs simples; él rozó lo aburrido de la tarea, ¡y luego gastó una semana desarrollando un generador de código de DAO para escupirlos!” Cuando el gong invitó a los hermanos a que volvieran a sus cubículos, un monje superior apartó al aprendiz. “¿Qué impresión tienes de nuestro hermano Wangohan?” sonrió el monje superior. “Seguramente tienes algo que decir en este asunto, a menos que te haya aturdido.” El aprendiz pensó por un momento. “Wangohan tiene el espíritu de la mula: dedicado y laborioso,” dijo el aprendiz. “Yo le confiaría para que lleve diez mil piedras del valle al templo.” “Un alto elogio,” dijo el monje superior. “¿Lo es?” preguntó el aprendiz. “Su rival Landhwa construiría primero una carreta.” Traducido por Gonzalo Alcalde. Un extracto de The Codeless Code, por Qi (qi@thecodelesscode.com). Distribuido bajo la Creative Commons Attribution-NonCommercial 3.0 Unported License. |