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Estar encerrados juntos durante los meses de invierno tensará hasta las amistades más cercanas; Yíwen y Hwídah no fueron la excepción. Hwídah estaba lo suficientemente irritada cuando su desgarbada compañera empezó a bailar silenciosamente por su cuarto, moviendo sus brazos y piernas a pocos centímetros de la nariz de Hwídah. Pero la paciencia de Hwídah llegó al límite un día cuando Yíwen colocó un guzheng eléctrico* en el centro del cuarto y empezó a tocarlo—o más bien, empezó a puntear torpemente sus cuerdas para producir una serie de sonidos disonantes, sin melodía ni ritmo. El interludio duró un minuto, después del cual Yíwen se sentó y garabateó en algunos papeles. Pero luego se levantó y repitió la performance. Después de la décima iteración, Hwídah arrojó una sandalia al trasero de Yíwen, haciendo que la chica aullara y se de vuelta. “¿Qué,” gruñó Hwídah, “estás haciendo?” Algunos de los papeles de Yíwen aletearon hacia el suelo. Hwídah se los arrebató. Eran impresiones del quicksort implementados en diferentes lenguajes: C, Lisp, Perl, hasta Prolog. Cada una estaba cubierta con notaciones musicales en tinta roja. “Mil perdones por mi rudeza,” dijo Yíwen. “Estuve intentando codificar ciertos algoritmos como movimientos en el espacio, o notas en el aire. Si el resultado no es placentero cambiaré mi codificación e intentaré de nuevo.” “¿Por qué?” preguntó Hwídah. “Para ver qué descubriré haciéndolo,” respondió Yíwen. “Hablamos a menudo de la belleza o elegancia del código. Quizás, sin saberlo, estuvimos componiendo coreografías sobre las cuales la información baila, y hallamos algunas placenteras porque apelan a un sentido estético más profundo y común a otras formas del arte humano. Si es así, entonces esas artes estarían conectadas. Yo busco esa conexión.” Hwídah lo consideró. “Hasta ahora, la música del quicksort me elude,” continuó Yíwen con un suspiro. “Quizás mi experimento es tan tonto como traducir canciones al código e intentar compilarlas. Quizás la música del quicksort se toca mejor con máquinas para su propia apreciación, y no la nuestra. ¿Debo abandonar este esfuerzo, y perdonar tus nervios?” En respuesta, Hwídah sacó dos pedazos de algodón de su mesa de luz y se los puso en sus orejas. Yíwen se inclinó y volvió a su instrumento. Así fue restaurada la paz. Traducido por Gonzalo Alcalde. Un extracto de The Codeless Code, por Qi (qi@thecodelesscode.com). Distribuido bajo la Creative Commons Attribution-NonCommercial 3.0 Unported License. *Inspired by the performance art of Jennifer Gwirtz at Right Brain Performancelab. |