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Un día, el templo se despertó descubriendo que sus bases de dato habían sido hackeadas. La intrusión fue rastreada a una aplicación web que había sido actualizada recientemente por cierto monje. El monje fue traído por dos guardias del templo para explicarse ante la abadesa. Mientras los guardias desfilaban al miserable monje por las escaleras de la torre, pasaron al viejo maestro Banzen en el rellano. Compadeciéndose del chico, el maestro le susurró al oído: “Si hablas en tu defensa, la abadesa pensará que eres un cobarde y te cortará la cabeza. Pero si no hablas en tu defensa, pensar´a que fuiste responsable del incidente, y te cortará la cabeza.” Con esas palabras, Banzen se fue bajando las escaleras. El monje fue llamado a la oficina de la abadesa, quien desenvainó una espada y demandó: “Explica como has traído la desgracia a nuestro templo.” El monje empezó a profesar su inocencia, pero recordando el consejo del maestro Banzen, rápidamente cerró la boca a menos que la abadesa lo decapitara por cobardía. Sin embargo el silencio que siguió sólo volvió a la abadesa resuelta en su enojo. Ella levantó su espada y se acercó al chico aterrorizado, determinada a decapitarlo por su incompetencia indiscutida. En desesperación los ojos del monje buscaron otra salida en el cuarto, pero sólo hallaron un mosquitero de papel de arroz y bambú, más allá del cual había un balcón estrecho y una caída en picada de treinta metros hacia las rocas. Mientras la silbante cuchilla caía hacia su cuello, el monje fue iluminado. El monje esquivó la espada de la abadesa, rodó por el cuarto, y se paró ante el mosquitero de papel de arroz. Tomando un marcador rojo de su bata, apresuradamente dibujó una figura de palito en un panel. La abadesa pausó, intrigada. En el siguiente panel, y en los siguientes, el monje dibujó caricaturas temblorosas mostrando los eventos que ocurrieron durante las últimas semanas, y como su clan reaccionó a cada uno de ellos. Tomados individualmente, ningún paso estuvo en error. Sin embargo tomados colectivamente, era claro que una confluencia de acciones no relacionadas resultó en la vulnerabilidad crítica. La abadesa envainó su espada, y con un saludo dejó salir al monje. Pero cuando el monje llegó a la entrada, la abadesa le dió una rápida patada en el trasero, enviándolo rodando por las largas escaleras de la torre. “Eso,” dijo la abadesa, “es por escribir en mis paredes.” Nota del EditorEste caso fue escrito específicamente para mi charla reciente “Hacking the mind: How Art can help us to talk (and teach) technology“. Me divertí mucho presentando la charla en el ABB DevDay 2014 en Cracovia, Polonia. El caso es un homenaje al “Hombre Colgado del Árbol” de Kyogen, el cual es el caso 5 de “La Entrada sin Puerta”. Traducido por Gonzalo Alcalde. Un extracto de The Codeless Code, por Qi (qi@thecodelesscode.com). Distribuido bajo la Creative Commons Attribution-NonCommercial 3.0 Unported License. |