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La monja Zjing tenía un bien conocido miedo a las alturas. Por esta razón ella vivía en el valle, muy por debajo del templo de la cima de la montaña, y solo había desafiado los traicioneros caminos del acantilado una vez. A través de cámaras web, teléfono y mensajería instantánea, ella había mantenido una telepresencia efectiva en el Templo.

Así que fue con un poco de miedo que ella recibió este correo electrónico del maestro Banzen en el ocaso de la noche más larga del invierno:

Una cuestión importante del Templo ha surgido, y deseo su opinión confidencial.
Mi horario tiene una apertura mañana cuando se golpea la campana del amanecer. Podemos conversar electrónicamente si así lo desea, pero preferiría hablar en persona en mi oficina.
B.

En la oscuridad Zjing obedientemente subió la primera de las empinadas escaleras que habían sido talladas en las paredes de la montaña. Más y más alto subía, tratando de no dejar caer su mirada hacia las estribaciones invernales de abajo. Ventisqueros bloquearon su camino; ella pasó por encima de ellos. Puentes de cuerdas crujían bajo sus pies; ella los cruzó. Grandes carámbanos iluminados por la luz de la luna temblaron sobre su cabeza, altos como árboles, afilados como lanzas, amenazando con caer con el más mínimo susurro; ella pasó junto a ellos sin hacer ruido. Vientos clamorosos amenazaban con volcarla del sendero de un pie de ancho y regresarla al valle rápida y permanentemente; ella se aferró a la roca y se forzó a continuar, paso por miserable paso.

Al último eco de la campana del amanecer, Zjing apareció en la puerta de Banzen. Ella se inclinó y entró, sin traicionar emoción alguna.

Banzen cerró la puerta detrás de ella. “Acabo de enterarme de la maestra Suku”, dijo. “A pesar de que volvería a nosotros este invierno, ha decidido en vez permanecer en las Provincias Lejanas”.

“¿Ella ya no ama a nuestro Templo?”, preguntó Zjing.

“Es porque ama nuestro templo que no va a volver todavía”, dijo el maestro. “Ella ha encontrado sus viajes sorprendentemente edificantes, tanto para ella como para sus aprendices. Sí, están cansados y desgastados, y las comodidades del hogar serían muy bienvenidas ahora. Pero hay mucho más para enseñar y para aprender. Si Suku extiende sus viajes, todos se beneficiarán en gran medida al final.”

“Este último año ha sido muy difícil para el Clan de la Araña sin su guía,” dijo Zjing.

“En efecto”, coincidió Banzen. “Un reemplazo debe ser entrenado. Como una monja mayor de ese clan, la he llamado aquí para aprender a quién usted sugeriría”.

“¿Se puede entrenar a un monje para ser un maestro?”

Banzen rió. “¿Usted pensaba que yo nací con este título? En nuestro templo, maestro * no es un título honorífico, sino un verbo disfrazado como un adjetivo. El candidato se convierte con el aprendizaje, y aprende con la práctica”.

Zjing ponderó los muchos monjes mayores que ella conocía. Todos tenían virtudes de que hablar, pero vicios también. “¿Qué cualidades son las que más busca en tal candidato?”, preguntó al fin.

“La primera cualidad es la misma que la misma maestra Suku ha demostrado”, dijo Banzen. El se acercó a la ventana y miró a través de la garganta. La tenue luz del amanecer estaba ahora iluminando los últimos zigzags del empinado y terrible camino desde el valle. “La primera cualidad es la voluntad de salir de su zona de confort cuando el deber llama.”

* En el inglés original, master. Como verbo: adquirir grandes conocimientos o habilidades; como adjetivo: que demuestra grandes conocimientos o habilidades. (N. del T.)