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La joven maestra Zjing había dejado que el monje superior Wangohan eligiese su propio stack tecnológico para el proyecto que estaba construyendo. “Porque según lo que observé en el valle,” ella explicó, “manejar desarrolladores es como arrear ganado: si quieres que el animal se mueva hacia adelante, el peor lugar para pararse es en su camino.” Durante el primer mes Zjing estaba segura de la sabiduría de su enfoque, porque Wangohan que desde que lo vio. Llegaba temprano y ansioso cada mañana, raramente abandonaba su cubículo excepto para dormir. Incluso fue observado charlando amablemente con el monje Landhwa, a quien despreciaba. Pero hace pocas semanas el comportamiento de Wangohan cambió. Aún llegaba temprano y se quedaba hasta tarde, pero ahora no le hablaba a nadie. Durante las teleconferencias aparecía tan amarillento y pálido que Zjing tuvo que chequear el balance de color de su monitor. Cuando finalmente le preguntó al monje qué lo preocupaba, Wangohan respondía sólo que había encontrado algunas dificultades inesperadas, pero (le aseguró) que no tema: había Googleado esto, descargó aquello, envió mensajes a fulanos y recibió respuestas de menganos, y que pronto todo estaría fresco como una lechuga. Antes que Zjing pudiera preguntar detalles, o incluso unos sustantivos apropiados, Wangohan terminó la llamada. Debo investigar, pensó Zjing. Empezó con el código de Wangohan, y descubrió que todo sobre este era desconocido—hasta el lenguaje de implementación era uno que el templo no usaba. Atravesando la sintaxis extraña, aprendió que la interfaz de usuario estaba escrita con un framework AJAX-JSON-XPath que iba más allá de las capacidades de los desarrolladores junior del Templo; el lenguaje del template hacía que Perl4 pareciera civilizado y pintoresco; y la capa de persistencia era una base de datos NoSQL tan experimental que el número de lanzamiento empezaba con dos ceros y acababa en las palabras ‘alpha’ y ‘SNAPSHOT’. He investigado, pensó Zjing. Ahora debo descansar. Al día siguiente, después de ser presionado, Wangohan confesó que no pudo conseguir que las tecnologías trabajaran como lo deseaba. Aparecían excepciones extrañas. A veces la aplicación se colgaba, a veces se le acababa la memoria. Al no tener a nadie en el templo a quien acudir, recurrió a foros de mensajes, listas de correos, parches sin probar, y adivinaciones salvajes. Zjing pidió disculpas, abandonó su pequeña cabaña, y pasó el resto de la mañana inclinándose en una valla pequeña observando una pastura, pensando. Finalmente apareció un ganado al otro lado de la valla, arrastrando sus pies en su dirección. Luego una docena más, y otra docena tras de ellos. “¡Granjero!” llamó al hombre caminando detrás de la manada. “¿Cómo llevas tanto ganado hacia el roble más dulce, sin perder a ninguno?” “Wú,” gritó el granjero. “No hago eso, porque los toros y las vacas no saben nada de seguir—sólo de evitar. ¡Mira cómo se alejan mientras me acerco! A veces camino hacia su derecha para alejarlos del bosque, a veces camino a su izquierda para alejarlos de la zanja, y a veces camino atrás para evitar que se den vuelta. Siempre me muevo, pero calmado; viendo todo, y siempre siendo visto. De esa manera mantengo unido al ganado, aunque no tan poblado para que no se vuelvan ansiosos y tomen vuelo. Porque la primera regla de arrear es que debes tener una manada, y una manada es algo nebuloso, a medio camino entre el orden y el caos.” Al oír estas palabras, Zjing fue iluminada. Traducido por Gonzalo Alcalde. Un extracto de The Codeless Code, por Qi (qi@thecodelesscode.com). Distribuido bajo la Creative Commons Attribution-NonCommercial 3.0 Unported License. |