Many thanks to Tristan Morris for creating a beautiful illustrated hardcover print edition of the site

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Después de una de las lecturas del maestro Kaimu, un monje se acercó al maestro y dijo: Estoy aburrido de esa charla sin fin sobre prácticas de escribir código, de herramientas y técnicas. Se dice que sabes mucho sobre inteligencia artificial—dime algo sobre eso.

Kaimu agarró al monje en una llave de cabeza, puso un cuchillo junto a su oreja, y dijo: Déjame cortarte esos inútiles apéndices, y así podrás ver más claramente.

Cuando el monje le pidió al maestro que deje caer su cuchillo, Kaimu respondió: No puedo, porque eres tú quien lo sostiene. Pero como deseas mantener tus dos orejas, dime que partiré en su lugar—¿dos riñones, dos pulmones, o dos litros de sangre?

El monje gritó: ¡Piedad! ¡No partiría nada!

Kaimu dijo: ¡Pero te dejaría tu cerebro excelente! ¡Y tanto debe serlo, si mis lecturas sólo dan aburrimiento! Muy bien, debo tomar dos pulgadas de tu cuello...

Mientras Kaimu presionaba el cuchillo en su piel, el monje dijo: ¡Esto es una locura! ¿Que tiene de bueno mi cerebro sin mi cuerpo?

Kaimu se rio y preguntó: ¿Que tiene de bueno un motor de reglas sin código que lo implemente, interfaces que lo consulten, bases de datos donde guardar su conocimiento, o sistemas operativos para correrlo? ¿Y de donde viene todo ese código?

El monje consideró esto y dijo obedientemente: No debería buscar construir cerebros hasta que domine los oídos.

Kaimu frunció el ceño y dijo: Tonto, tú eres los oídos, y los ojos, y las manos—un par cada uno de innumerables millones. Tu y yo trabajamos día tras día, año tras año, construyendo y debuggueando pequeños pedazos de código—en plataformas que en si mismas están hechas de código—hasta el código que creamos está conectado al código creado por nuestros compañeros, y el código de nuestro templo le habla al código de otros cien templos—a veces directamente, a veces súbitamente, a través de ojos que mueven mentes que mueven bocas que mueven oídos que mueven otras mentes para que muevan otras manos para escribir aun más código—y así sucesivamente, nodo sobre nodo, enlace sobre enlace, extendido en un vasto, etéreo sistema nervioso que cubre este mundo y ha empezado a alcanzar más allá...

Los ojos del maestro corrieron como un rayo, y continuó en voz baja:

Cuando hacemos mal nuestro trabajo, somos reemplazados por más sabios. Cuando hacemos bien nuestro trabajo, lo que hemos construido crece más grande, más rápido, más poderoso, más atrincherado, más hambriento. A veces me quedo despierto en un sudor frío, incapaz de decidir si nosotros seguimos construyendo eso, o si eso ha empezado a usarnos para construirse a si mismo...

* El título está inspirado por esto.